lunes, 22 de diciembre de 2008

cronica viaje bilbao-varsovia


Zuzanna nos ha cedido su historia, sucedida hace apenas unos días. Zuzanna es polaca, como Bronislaw Malinowski, quien en 1908, tras doctorarse, se fue a londres a estudiar Antropología. En su línea, Zuzanna Jaegermann, nos ofrece un diario de auténtica argonauta:

*Bilbaotik Madridera, Madridetik Bruxelara, Bruxelatik Varsoviara (72h,
15.12 – 17.12) *

Tras haber expuesto las teorías de Radcliffe-Brown en las colinas de Leioa,
haber vuelto a casa a hacer la mochila y a discutir sobre los turnos de
limpieza, logré no perder el autobús a Madrid, por alguna casualidad
extraña. Será uno de los pocos éxitos de este viaje. En Madrid cené con
Agata a la que no había visto un año y que no vuelve a Polska de navidades
(como Dios mandaría), con una banda de filósofos gaditanos y un pobre chino
que no se enteraba de nada. Pero sonreía mucho.




En el aeropuerto preparé los trastos para el encuentro, siempre lleno de
sorpresas, con Ryanair y sus normativas absurdas. La mochila con su Patxarán
de Eroski como columna vertebral facturado sin problemas. Sospechosamente.
Ahora a esperar. Odio esperar en los aeropuertos, este sitio de tránsito y
transición sin personalidad donde llego a ser totalmente asocial. Quedan 9
horas para llegar a casa, la denominada familiar por lo menos. Ojalá.
Pasando el *gate* resulta que poseer un ordenador aparte del equipaje de
mano es totalmente inaceptable a pesar del llanto y crujir de los dientes.
Con ganas de descuartizar los representantes de la línea aérea más ladrona
del continente, pago 20 euros de suplemento. Nadie responde a mi pregunta
ingenua que por qué si pago las maletas caben y si no pago, no cabrán. En
fin, me duermo en el avión con brazos cruzados como expresión del odio
profundo hacia el mundo entero – el único efecto será la muñeca derecha
torcida al despertar. Me duele todavía, de hecho. El aterrizaje en Bruselas
entre sus nieblas fue tan inesperado y tan brusco que pareció como si
hubiéramos sido arrojados al suelo con todas las fuerzas del cielo.
Sorprendentemente no pasó nada y sobrevivimos. Hasta llegamos con
puntualidad, me dio tiempo a recoger el equipaje facturado, facturarlo de
nuevo para el próximo vuelo y sentarme tranquilamente esperando otra vez,
ahora rodeada de compatriotas (quien iría a Polonia en estas fechas sin ser
polaco). El avión que iba a llevarnos, no llegaba. La noticia de que el
vuelo había sido cancelado nos cayó del cielo, en vez del avión. No me lo
creía (teniendo en cuenta que uno de los vuelos de vuelta ya me lo habían
cancelado y tuve que pillar otro). El límite del absurdo parecía superado
así que empecé a reírme histéricamente prometiéndome a mi misma que el año
que viene no vuelvo a la madre patria, ni de coña, y ya está. No. En aquel
momento no esperaba que el desarrollo de los acontecimientos siguientes
serían un escenario rico y excepcional para la observación participante. Una
joya sociológica entre los viajes.

Una masa de gente desorientada se dirigió hacia una belga con chaleco
fluorescente que nos repartió folletos informativos en tres idiomas sobre
los derechos de pasajeros de las que no se entendía completamente nada, y no
por los idiomas sería. El caos de personas rápidamente se estructuró sea
según grupos de edad sea tipología de reacciones ante dicha situación.
Intenté encontrarme entre familias con niños pequeños gritando, trabajadores
manuales lanzando frases enteramente censurables, señoras mayores (las que
limpian las oficinas de la UE) con caras de miedo y desesperación
silenciosa, rubias erasmus llorando y moviendo los brazos de una manera
descontrolada. Me quedo con:

- Kuba: 32 años, un antropólogo que en su momento hizo trabajo de
campo en Oceanía investigando la vida de los pueblos indígenas, desde hace
tres años se gana la vida en Irlanda como contable, junto con otros 2
millones de polacos emigrantes

- Wojtek: 30 años, un matemático fascinado con integrales y
diferenciales, haciendo post-doctorado en Bruselas

- Wiesiek: 55 años, un migrante transnacional modelo que vive desde
el 1989 entre su pueblo en el norte-este de Polonia y Bruselas (donde
actualmente trabaja todo su pueblo), será nuestro padre espiritual [nota: su
nombre es arquetípico: wieś = campo]

- Elżbieta: 60 años, cría hijos de una familia mixta en Bruselas
mientras que los suyos se quedan en las fotos que siempre lleva consigo.
Global mothering. Se unirá a nosotros cuatro al día siguiente.

Durante mucho tiempo nadie nos sabe decir qué es lo que deberíamos hacer
para llegar a casa. Al final, de boca en boca nos enteramos que Wizzair en
su generosidad nos propuso dos opciones:

1. vacaciones a tiempo indefinido en Bruselas: reservar otro vuelo con
esta magnífica compañía, gratis y pagándonos los gastos de alojamiento y
comida hasta la fecha nueva; teniendo el cuenta la niebla eterna y la
cantidad de gente amontonada esperando cualquier vuelo hacia el territorio
polaco, el riesgo de pasar la Navidad en Bélgica era bastante alto
2. búscate la vida tu solo, nosotros, si nos da la gana, te devolvemos el
dinero del billete (lo que no nos resuelve nada ya que el vuelo no nos había
costado casi nada)

Con toda la energía y mirando el futuro con optimismo infundamentado
decidimos abandonar el aeropuerto de Charleroi, llegar a Bruselas y buscar
cualquier transporte a Polonia. Logro contactar un amigo de un amigo que me
acoge en su casa. Así duermo en casa de un diplomático polaco con alto cargo
en la embajada polaca pero que no sabe cómo ayudarnos. Quedamos con Wiesiek
por la mañana para ir a buscar las furgonetas que cada día salen de Bruselas
llevando a los trabajadores polacos a casa.

Wiesiek llegó (con puntualidad: "Durante 30 años de trabajo llegué tarde dos
veces" recuerda con cierto sentido de culpa) y habló: "Bueno, yo es que
llamé a Zdzisiek [nombre casi igual de arquetípico que Wiesiek], y voy con
él en coche. Podría haber ido a currar, pero bueno, ya que os dije que os
iba a ayudar, que vosotros no sabéis dónde es, pues, ya voy con vosotros a
buscar la furgo, y si no, ya llamo a los colegas, tranquilos, ya encontramos
algo". Al final, pienso que es Wiesiek el que debería ser el alto cargo en
la embajada de Polonia.

Tras haber recorrido toda Bruselas buscando sin éxito furgonetas, autobuses,
trenes, camiones o cualquier medio de transporte que nos pudiera llevar a
Varsovia, decidimos ir a casa de Wiesiek a descansar un poco y repensar la
situación que con cada minuto nos parecía más desesperante y estancada. Al
final, en vez de desayunar con la familia, estábamos donde estábamos y no
parecía nada fácil cambiarlo. "Wiesiek, es lejos tu casa?", "No, no". Otros
45 minutos de pateo con 30 kilos de peso y el chirimiri belga omnipresente.
Los emigrantes polacos en Bruselas de la generación de nuestros padres no
suelen coger el tranvía, sale demasiado caro. Nosotros, jóvenes con
estudios, lo habríamos cogido, claramente, sin pagar.

Café, galletas y las dulces historias de Wiesiek que conoce el mundo, la
vida y el trabajo de verdad. Sobre sus viajes en tren a Checoslovaquia en
los años setenta donde intercambiaba vodka por alfombras. Sobre años de
trabajo temporal en Bélgica en la construcción, siempre sin papeles. Sobre
sus cinco hijos que estudian en la universidad, ganan mucho y viven en la
capital. Sobre las dos casas que construyó en su pueblo para ellos y dos
Mercedes que tiene, todo conseguido con sus propias manos. "Mis hijos ya no
tienen que trabajar tan duro gracias a dios", el dios de las remesas. El
orgullo se mezcla con la tristeza de que los hijos no quieran vivir en las
casas que les había construido.

Wiesiek, como buen embajador de los pobres y abandonados, activa sus amplias
redes sociales que recorren todos los callejones de la capital más europea
de todas. Un par de llamadas y ya está. Para cualquier persona de fuera
encontrar transporte a casa en tan poco tiempo sería imposible, el sistema
de furgonetas que circulan entre Bélgica y Polonia es formalmente
inalcanzable, como si no existiera, no están ni en Internet ni en la calle
ni en las estaciones. Se llenan de boca en boca, por teléfono, entre
compañeros de trabajo, familiares, vecinos... Otra teoría de migraciones
confirmada, otra vez todo encaja. Pero bueno, el hecho es que tenemos cómo
volver a casa. No nos quedaremos para siempre en Bruselas. Es decir,
noticias buenas. Para celebrarlo abrimos la cajita elegante con varios tipos
de cerveza típica belga que Wojtek compró en el aeropuerto para sus padres.
Hasta que lleguemos a Varsovia estamos de vacaciones. Continúan las
anécdotas.

"Cuando curraba de fontanero, arreglando las tuberías en Białystok en la
calle, con 20 grados bajo cero, un día llegó un jefe de equipo nuevo y nos
dijo que no se bebía desde aquel día en el trabajo. Pero nosotros ya tuvimos
comprados tres litros y, bueno, es que con ese frío no se puede. Llega al
final de la jornada, ve las botellas vacías y nos lleva a la oficina del
director.

El director: "Y qué pasa aquí?"

El jefe: "Es que bebían en el trabajo"

El director: "Y qué?"

El jefe: "Y eso, que bebían en el trabajo.."

El director: "Pero estaban borrachos?"

El jefe: "Pues no"

El director: "El curro está hecho?"

El jefe: "Pues sí"

El director: "Y entonces?"

El jefe este nuevo no resistió mucho allí. Además quiso vengarse después de
esta humillación y, bueno, un día yo estaba harto ya, y le tiré por las
escaleras en unos arbustos. Dimitió solo."

Al terminar la cerveza nos entra hambre, serán ya las dos de la tarde,
habría que hacer algo para comer. Excursión al supermercado y compras que se
parecen a aquellas que haces con tus compañeros de piso de siempre. No
importa que nos conozcamos desde hace 12 horas. Hacemos la comida, todos
juntos, en casa de Wiesiek: arroz, pescado y verduras. Más bocadillos para
el viaje. Vemos las fotos de Kuba de su viaje de Polonia hacia Irlanda en un
yate microscópico. Wiesiek está preocupado quién matará al cochino, al final
le encarga a su hijo. Wojtek haciendo cuentas de la compra.

Mientras tanto Wiesiek decide ir en el bus con nosotros, cancela la plaza
que tenía en el coche del colega. Llega la señora Elżbieta a la que avisamos
del transporte, con sus historias sobre el diente roto, la pierna artificial
de su vecina, con las fotos del matrimonio de su hija de 23 años y con su
rol de madre. Ahora parecemos de verdad una especie de familia provisional.

A las 18 llega la furgoneta llena de trabajadores polacos. 22 horas más
tarde llegaremos a nuestro destino. Empieza un viaje fuera del tiempo y del
espacio, que teóricamente no se habría nunca llevado a cabo, un viaje que
equivaldría a dos horas en avión al que subes en una ciudad y bajas en otra
como si fuera una teleportación, sin ver pasar los paisajes, sin ver pasar
los 1500 km de distancia. En nuestras conciencias este viaje no existió del
todo.

Wojtek nos ilumina que prácticamente todo el mundo se explica y se construye
gracias a las integrales. Todo. Resulta que existen mundos paralelos de cuya
existencia no he tenido ni idea. En el mismo bus también coexisten dos
mundos paralelos separados. Por un lado, en la parte delantera de la furgo
nosotros haciendo de intelectuales sin propósito de hacerlo con nuestras
disputas pseudo-científicas sobre las integrales, la eternidad, sistemas de
creencia de los habitantes de Vanuatu y el nacionalismo vasco. Por otro
lado, detrás, el mundo en cuyo territorio nos hemos infiltrado sin querer,
los trabajadores emigrantes que ya abrían su botella de vino barato para
acortar el viaje y que lo pasaban igual de bien que nosotros.

La furgoneta para cada dos por tres esperando a otros buses
llenos de polacos de toda Bélgica, con lo que, al final, vamos en una
columna de diez coches. Da miedo. A las cinco de la mañana, ya en Alemania,
llegamos a un aparcamiento inmenso y oscuro donde el conductor lanza un
enérgico: "Ahora a pagar!". Las figuras encapuchadas y atontadas por el
alcohol se derraman de las furgonetas, los euros vuelan entre unos a otros,
gritando, cada uno con lo suyo, solo las "kurwas" salen de todas las bocas
con una naturalidad inimitable… El ambiente es de una peli sobre la mafia
ucrania. Con nosotros en el medio. Nos dicen de cambiar la furgoneta.
Sacamos todos los trastos en oscuridad total con todo en barro debajo de los
pies. Ahora cada bus irá a otra ciudad polaca. Me doy cuenta que desde
siempre he tenido ganas de hacer un viaje como este.

Polska nos dio la bienvenida con una gama abundante de grises,
deberíamos tener treinta palabras para describir los matices del color gris,
como los esquimales la nieve.. Cruzar la frontera ya no es tan divertido
como antes, ahora apenas te das cuenta, si no fuera por las compañías de
telefonía móvil… y por pasar de una autopista de tres carriles a una
carretera de uno, llena de agujeros… y por tener que pagar por el baño en
las gasolineras… Ah! Una sopa caliente en un bar de la carretera lleno de
camioneros. Próxima parada Varsovia. Parece que lo conseguimos.

2 comentarios:

diego dijo...

Ya que haces publicidad subliminal de tu blog en clase, yo me hago seguidor, eso sí, hasta que apruebe antropología, después ya no me interesa :-P

Olatz González Abrisketa dijo...

Me parece bien, Diego. Quizás hasta te caiga algún puntito por ser el primero. Si no... difícil lo veo.